lunes, 20 de febrero de 2012

No se templa en el fango el hierro Damasquino.

        No, mi querido Desconocido, no soy la misma, ni tú. Y espero que sigas ahí cuando sea necesario, como los perros de raza. A mí es que me dan mucha pena los que están en las perreras; por mi voluntad débil, de entrada, no le haría ningún bien. Prefiero rodearme de animales de compañía que acompañen y prefiero en mi reala perros que sepan cazar, que no les tiemble ni la mandíbula ni la tensión en los músculos a la hora de correr a por mi pieza.
Hasta ahora siempre fuiste así, pero a todos nos cambia el tiempo.
 Yo no sabía lo que era el miedo y mira, algo tan simple como andar, me da pánico.
 La paciencia es algo que le regalan a las chicas al nacer y yo tuve que buscar el frasquito, quitarle el polvo acumulado durante treinta años, rasgar el precinto de garantía y, tras acercar la nariz con cautela, ya sabes, la "caducidad programada" , asegurarme de que estaba intacto.
 Nunca los necesité, ni el miedo ni la paciencia, y ahora, se aferran a mis ropajes dantescos y me enredan los pies hasta hacerme caer y llorar, para después, como puedes ver, levantarme y alzar mi espada de Damasco contra quién osa reirse de mi corazón bomitado en una hoja en blanco.
No vuelvas a hacerlo, no vuelvas a reirte de mí porque quizá esa parte medio india, medio vasca, desaparezca de tus sueños y, entonces, serás un niño perdido que, como no cree en Peter Pan, y las hadas las tiene en un calendario digno de cualquier cabina de un camión...estarás muy perdido
      No te asustes, sólo soy yo, volviendo a paso de tortuga con la resistencia de un dragón de komo.
      Sólo soy yo, pero así soy yo.

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