miércoles, 12 de septiembre de 2012

De vuelta...

Ha pasado un larguísimo verano, en el que la vida me ha dado tantas bofetadas sin mano (esto no es autocompasión, es realidad, tal y como la venden) que llegó un momento en el que busqué un lugar tranquilo pero transitado -en mi memoria, esta vez no hizo falta imaginar- y me sente a la sombra de un árbol alto, de copa muy frondosa y verde junto a un camino, al borde de un rio del que salen, en ocasiones, globos amarillos. Es la calma, el canto del agua, el susurro de las hojas y la quietud que brinda la brisa lo que me hace sentirme lejos del lugar y de las gentes donde está físicamente mi cuerpo. Y hay tanta paz...
Sentada en el suelo, descalza, siempre hace sol al pasar la barrera de la sombra de mi árbol. Pasa gente por el camino, nadie se para, nadie me conoce, soy una mente nueva dentro de un cuerpo renovado. ¿Una segunda oportunidad? Definitiva y rotundamente en mi caso, NO (He perdido la cuenta de las que llevo). Pero es una oportunidad de oro para aclarar la mente, los espacios físicos, lamer heridas, devolver la misericordia al doblez de mi bota y no juzgar.
El momento de proteger y protegerme, de disfrutar y respirar profundo.
Es el momento de que la batalla sea dulce aunque incierta, de luchar por lo que quiero de verdad y de mantener la fortaleza, la postura y la compostura ante tod@ aquel que no crea en mí, que no vea lo que intento mostrar o, simplemente, a quien no merezca la pena ni el comentario.

Tranquilidad, agua, sol, mis pies descalzos sobre una hierva húmeda y la Virgen cerca, muy cerca.

Esto es sólo el comienzo del regreso de Leelah Prieto; ya os traeré más historias de indios, esta vez en son de paz, pero sin banderas blancas. Todos en paz, ya sabéis dónde llevo la misericordia...